Extracto del libro de Bryan Guilliam: Vida de Richard
Strauss
Arabella, el maravilloso fruto producto del
último trabajo en colaboración entre los dos grandes artistas, se acercaría
mucho más al ideal de opereta que La Helena egipcia, su antecesora y al
contrario que esta sigue siendo una de las óperas tardías de mayor éxito de
Hofmannstahl.
La obra se desarrolla en Viena, aunque no en la Viena de María
Teresa como en El caballero de la rosa, sino en la Viena de 1860, durante la época
en que se extendió el liberalismo; una época conocida como la Ringstrasse, tiempo en que Viena
experimentó un fuerte crecimiento en el sector de la construcción y las artes
alcanzaron la cumbre por su floreciente creatividad.
Para escribir el libreto, Hofmannstahl se volvió hacia dos de sus anteriores
trabajos: una comedia inacabada llamada El cochero hecho conde y una
historia corta titulada Lucindor. La comedia le
proporcionaba el sitio y el ambiente (especialmente el Flakerball) -el baile de los cocheros- pero lo
esencial de la historia provenía de Lucindor,
en la cual se centraba más en la hermana de Arabella, Zdenka, que en la
propia Arabella.
A Strauss no le preocupó el hecho de que hubiera dos
sopranos; ya se había mostrado encantado componiendo música para dicho
emparejamiento de voces, como en los casos Ariadne
y Zerbinetta, La Emperatriz y La tintorera
o Helena y Aithra, aunque en todos esos casos el personaje protagonista
estaba muy claramente definido, por lo que Strauss devolvió a Hofmannstahl el
primer borrador, pidiéndole que Arabella tuviera un soliloquio para cerrar el
primer acto; la solución que dio Hofmannstahl encantó al compositor. Tan
satisfecho quedó Strauss con ella que le envió inmediatamente un telegrama de
felicitación el 15 de julio de 1929.
Pero esta euforia se vio tristemente truncada por la
tragedia. Dos días antes, el hijo de Hofmannstahl se había suicidado, el mismo
día 15, el libretista se Strauss sufrió un derrame cerebral mientras preparaba
el funeral de su hijo. El hombre que fue su colaborador y su inspiración
artística durante dos décadas jamás abriría el telegrama.
Strauss profundamente conmovido, se encontraba demasiado
turbado como para asistir al funeral.
Por primera vez en sus sesenta y cinco años de vida,
Strauss-que había demostrado su gran capacidad de adaptación a cualquier circunstancia
parecía incapaz de sobreponerse a su depresión. El compositor normalmente
estoico y reservado, estallo súbitamente en un llanto inconsolable mientras leía
en voz alta un texto de Hofmannstahl ante Elisabeth Schuman y su marido, Carl
Alwin, que le habían ido a visitar a su residencia de Garmisch (Baviera)para
expresarle sus condolencias al día siguiente de la muerte del poeta. Durante
los meses siguientes, Strauss se mantuvo cada vez más aislado e, incluso,
desorientado, convencido de que su carrera como compositor de ópera había
llegado a su fin.
En su opinión no existía otro libretista que pudiera igualar
la profundidad de Hofmannstahl, su sentido de lo teatral ni su instinto para
percibir las posibilidades musicales de una obra. Strauss era consciente de los
defectos de los que adolecía Arabella; sabía que el texto de los Actos II y
III- que carecían del núcleo dramático que tenía el Acto I – necesitaban que alguien
los revisara, pero él se veía sencillamente incapaz de cambiar lo que
Hofmannstahl había escrito. No obstante sus imperfecciones dramáticas, Arabella
será el tributo final del compositor a la memoria de su colaborador
desaparecido.
La composición fue larga y trabajosa pero el compositor
acudiría a su férrea disciplina para logra finalizar la obra. Strauss logró
crear una ópera de un lirismo muy convincente y de una gran intensidad.
En su libreto, Hofmannstahl fue capaz de evitar esta vez los
ásperos elementos psicológicos que predominan en La mujer sin sombra y en
Helena egipcia, aunque esta última había sido originalmente concebida como una
opereta mitológica, en cambio en Arabella, aunque no sea una opereta en sentido
estricto, presenta elementos ambientales propios de un género mucho más ligero:
como el misterioso conde croata, la escena en un salón de baile en el Acto II,
o la coloratura de Fiakermilli, la reina del baile y toda la intriga sexual que
se resuelve felizmente en el final.
Strauss, por su parte, estuvo muy acertado al evitar la
pavorosa armadura musical wagneriana por medio de un estilo conversacional,
intercalado por algunos momentos de un lirismo amargo, inspirado por el intenso
sabor de la música popular croata. El famoso dúo del Acto II entre Arabella y
su hermana Zdenka procede literalmente de una canción de Croacia del Sur, al
igual que el dúo entre Arabella y su futuro esposo Mandryka. Pero sin duda, el
mejor momento de todos es la escena final de la obra, que se inicia con un
barrido descendente de la orquesta. Arabella, de quien Mandryka sospechaba
injustificadamente que le era infiel y cuya inocencia ya había quedado probada,
desciende por la escalera para ofrecer a su prometido un vaso de agua pura i
cristalina. Era éste un acto simbólico basado en una costumbre popular y con un
marcado carácter de sumisión prematrimonial, a pesar de la cual Arabella
demuestra durante toda la ópera que es un personaje que controla su propio
destino. Es un personaje totalmente moderno según el propio Hofmannstahl, que
en el verso final dice a Mandryka que ella sólo puede ser ella misma: tómame
tal cual soy.
Se estrenó el 1 de
julio de 1933 en el Sächsisches
Staatstheater de Dresde, con
Clemens Krauss dirigiendo a su esposa, la soprano Vioreca Ursuleac, que
desempeñó el rol titular.
Strauss había dedicado la partitura a Fritz Busch, el eximio
director musical de la Ópera de Dresde en reconocimiento a la interpretación había
hecho de su ópera anterior: Helena egipcia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario